Figuras del Baile del Siglo XIX
A partir de mediados del siglo XIX el Flamenco empieza a estructurarse formalmente y a ser conocido en muy diversos lugares de España a través de los Cafés Cantantes, pero paralela a esta eclosión profesionalizada no podemos olvidar la importancia de las Academias, (donde se fundían la expresividad de los bailes populares agitanados y las danzas académicas de gran riqueza técnica, y donde se desarrollaron las primeras representaciones y actuaciones públicas). Durante algunos años ambas danzas convivieron y era muy habitual encontrar intérpretes del baile que desarrollasen ambos estilos.
Analizando las biografías de las principales bailaoras del siglo XIX, he podido tener la oportunidad de conocer y profundizar sobre sus vidas, descubrir sus virtudes, su grandeza de alma, su valentía, el recuerdo de sus cualidades artísticas, su implicación social. En definitiva me parece necesaria la reivindicación de la importancia de su existencia, ya que se desarrollaron como artistas en una sociedad muy patriarcal, por lo que es de justicia visibilizarlas en el siglo en que vivimos para que su legado perdure en el tiempo.
El Flamenco es, en su misma esencia, un arte de individualidades, pero aún así, tras analizar aspectos estéticos y artísticos de estas ocho grandes intérpretes podemos destacar una serie de rasgos y características que definen una forma de bailar con un personalidad propia, sin excluir la singularidad de cada intérprete.
Podemos vislumbrar al menos tres escuelas, la primera de ellas puede ser el origen de lo que hoy conocemos como Escuela Sevillana del Baile, una segunda más de “cintura para abajo” y otra quizás más desdibujada pero igualmente rica que podríamos denominar “de cuerpo entero” más cercana a la tendencia actual del baile. La primera de ellas es un baile elegante, de movimientos precisos y medidos, vistosos volteos y quiebros delicados, con el torso erecto y las caderas normalmente quietas, la colocación del cuerpo es armoniosa, los brazos levantados, con delicados movimientos circulares de las manos. Es un baile muy visual, que desprende feminidad, sutileza y gracia, “de cintura para arriba” , que utiliza el zapateado como complemento decorativo del baile más que como un desarrollo técnico. De las bailaoras estudiadas podíamos encuadrar en esta corriente estética a “La Mejorana” como precursora de está escuela a la que incorporó el uso del mantón y la bata de cola, así como la elevación de los brazos incorporando majestuosidad y elegancia al conjunto, en dicha escuela o corriente estética podemos ubicar también a Magdalena Seda “La Malena” que realizaba grandes filigranas con los brazos así como movimientos pausados con una gracia natural.
Por otra parte, podríamos remarcar una segunda escuela en la que se percibe el uso mayoritario de los pies, más relacionado con el baile de hombre, cobrando el zapateado un sitio protagonista a diferencia de la anterior, donde abundan las contorsiones y lo racial. La bailaora más representativa fue Trinidad Huertas “La Cuenca”, cuyo zapateado enérgico y técnicamente dificultoso marcó su personalidad artística o el de Salud Rodríguez su discípula, de prodigiosos zapateados y rápidas escobillas, así como una tercera escuela más relacionada con la tendencia actual del baile, que podríamos denominar “de cuerpo entero”, entre las que podemos englobar a bailaoras como Carmen Dauset “Carmencita”, que poseía un baile de contoneos sinuosos y torsiones de cintura , manos y cabeza, también a Concha “La Carbonera” que poseía mucha expresividad en el rostro y un zapateado vigoroso, así como a Antonia “La Coquinera” de grandes desplantes y movimientos de brazos y manos, que se describía así misma como una bailaora fina , llegó a ser maestra de la “Argentinita”.
Con una personalidad propia pero más cercana a esta escuela estaría Juana “La Macarrona” con un baile muy gitano, lleno de flexibilidad y contorsiones, con mucha expresión facial y más brusquedad en los movimientos. En cuanto al vestuario observamos algunas diferencias entre las tres escuelas, en la primera destacan los trajes y batas de cola almidonadas y el uso del mantón o mantoncillo, en la segunda algunas de ellas tenían la costumbre de utilizar una estética de vestuario masculina con chaquetilla y pantalón y una tercera corriente estética marcada por la heterogeneidad y el uso de trajes, mantoncillos, enaguas, delantales etc.
Me ha llamado mucho la atención descubrir la versatilidad artística de la mayoría de ellas , ya que además del bailar tocaban un instrumento, cantaban, incluso tenían actitudes cómico-teatrales.
Todas estas escuelas conviven y perduran en la actualidad como un legado de actitudes, movimientos y expresiones fijadas por la tradición, pero a la vez enriquecidas por la impronta y la individualidad de cada bailaora. Me parece maravilloso ver la evolución de todas estas tendencias en las figuras del baile del siglo XX y XXI, como símbolo de la riqueza expresiva del baile y la cualidad de arte vivo y cambiante que tiene el Flamenco.
Por Laura Vital